Los extranjeros. Por un a ética de la solidaridad
( traducido por antonio Francisco Rodriguez Esreban )
Madrid, 2010, 572 páginas.
Escrito por Luis Roca Jusmet
Escrito por Luis Roca Jusmet
En esta monumental y al mismo tiempo fresca obra están expuestos todos los matices que le merecen estos pensadores. Hay toda un crítica radical al planteamiento ético-político de Jacques Derrida, pero dice de él que es uno de los grandes filósofos del siglo XX .Se ríe de Žižek llamándole el "representante de Lacan en la Tierra" pero en el prefacio le agradece sus comentarios y en el libro desarrolla una reflexión muy interesante sobre varias de sus posiciones teóricas. Aunque todo esto es anecdótico en este gran libro, que plantea desde una óptica muy original las principales problemáticas actuales de la ética y de su relación con la política. Esta óptica es nada menos que las teorías éticas actuales pueden asignarse a los tres registros formulados por Lacan : imaginario, lo simbólico y lo real. Aquí hay que precisar que lo real para Lacan es lo que está más allá de lo imaginario y lo simbólico, es decir de lo que podemos representa o formular.
Concluye
además de forma bastante provocativa que la mejor opción surge de un
encuentro entre la tradición socialista y la judeocristiana. La crítica
más radical es a lo que Eagleon llama el postmodernismo despolitizado y a
la repulsión de lo normativo en la moral ( o ética, que en el libro es
sinónimo). Igualmente al rechazo a la lo bueno y a lo justo entendidos
en una dimensión universal.
Terry
Eagleon considera que la ética imaginaria es la que se basa en la
sensibilidad ( como sobre todo la filosofía anglosajona del siglo XVII y
XIX ; la ética simbólica basada en las normas universales ( Kant sería
el paradigma) y la ética real de
tipo trágico y absoluto ( como la de Levinas, Derrida, Badiou). Como
para el mismo Lacan lo real es lo más importante y a lo que Eagleton
dedica más tiempo ( quizás en algún momentos excesiva). Aquí hay una
crítica muy interesante al elitismo que se desprende tanto de
Kierkegaard como de Schopenhauer y de Nietzsche. Elitismo que atraviesa
todas estas éticas que llama de lo real y que alcanzan a posturas
izquierdistas como las de Alain Badiou. Es una lástima que no recoge
aquí Eagleton las aportaciones de Jacques Rancière ( del que podría
hablar porque forma parte de los pensadores franceses ex-althusserianos)
en lo que éste llama "el nuevo odio a la democracia".Hay momentos
especialmente brillantes como la comparación de los tres registros con
los tres estadios de Kierkegaard ( el estético, el ético y el religioso)
y constantes referencias a los clásicos de la literatura inglesa,
especialmente a Shakespeare. La excelente mezcla de pensamiento propio,
rigor y claridad hace que la lectura de Terry Eagleton sea, aunque no
siempre fácil, un auténtico placer intelectual. El libro tiene elementos
muy sugerentes, además, para una sociología de la filosofía.
Los
temas tratados están perfectamente centrados y tratados de forma
crítica. El papel de los sentimientos y de la razón en la teoría ética ;
la necesidad del aspecto normativo en un sistema moral ; el papel
imprescindible de las instituciones en una política de raíces éticas ;
el equilibrio entre lo singular y lo universal... Con matices pero
cogiendo el toro por los cuernos Eagleton se posiciona sin ambigüedades pero sin dogmatismos dando un valioso material para el pensar propio del lector.
Resulta
impresionante la manera como Eagleton reivindica la tradición
judeocristiana en tiempos tan difíciles para hacerlo y sobre la base de
su núcleo duro, no de diluirlo en un humanismo blando donde todos los
gatos son pardos. En este sentido podemos alinearlo con Alain Badiou en
su reivindicación de San Pablo o con Žižek cuando nos explica que lo
que podemos recuperar del legado cristian es su aspecto traumático. La
reivindicación del amor es en este sentido fundamental, sobre todo en la
contraposición al deseo. Aquí sí que critica certeramente toda la
mitología levantado por los postestructuralistas franceses, empezando
por Lacan. Lo que importa es el amor es que sólo desde él es de donde se
puede generar una ética altruista y solidaria. Aquí Eagleton ataca otro
prejuicio establecido por Lacan y sus seguidores en la idea, heredada
de los moralistas franceses del siglo XVIII, de que el altruismo es una
forma de egoísmo ( paralelamente a la concepción del amor como una forma
de narcisismo). No es cierto, dice Eagleton con firmeza, ni una cosa ni
la otra. El amor es desprendimiento, es salir de uno mismo para acoger
al otro y el que encuentra satisfacción en lo que hace desde el amor
recibe este sentimiento de manera secundaria, no como motivación. El
altruismo es renunciar a lo que nos proporciona un placer para apoyar,
para ayudar al otro, cuestión muy diferente del egoísta que sólo actúa
en función de lo que le proporciona una satisfacción. Y resulta también
muy válida la manera como Terry Eagleton elimina el falso dilema (
presente en Kant) entre egoísmo y altruismo. Amarás al prójimo como a tí
mismo, decía Jesús, lo cual implica que el amor a uno mismo es tan
importante como el amor a los otros. Hay aquí una concepción del
cristianismo totalmente contrapuesta a la que presenta Nietzsche, ya que
hay amor a la vida y negación del sufrimiento. Es en la concepción
trágica y no en la cristiana donde hay una cierta apología del dolor. El
dolor y el sacrificio para el cristianismo, dice Eagleton, no tienen
ningún valor en sí mismos pero debemos aceptarlos cuando son
inevitables. Es interesante también el planteamiento de la
responsabilidad, que no puede ser ni infinita ni absoluta. La
responsabilidad con los otros, dice Eagleton, es finita y limitada, no
es con todo el mundo ( lo cual nos llevaría al absurdo de lo imposible)
sino con la personas o personas concretas que en cada momento ocupan el
lugar del prójimo.
El bien, lo útil, la virtud, la felicidad son conceptos demasiado
prosaicos que algunos espíritus que se pretenden excelsos, pero es, dice
Eagleton, lo que hay que reivindicar para todos, para una buena vida.
Hemos de olvidarnos de toda la corriente moderna, originada en
personajes como Baudelaire, que la transgresión, el exceso, lo marginal y
lo maldito son las únicas vías para salir de la mediocridad del mundo
burgués. Es en lo ordinario y en lo cotidiano donde encontramos lo
importante ; no en lo excepcional, el acontecimiento o en lo especial.
La revolución, cuando es necesaria, hay que hacerla pero para volver a
una nueva concepción de lo ordinario, no para mitificarla en términos
románticos. Nos recuerda también que es la tradición judeocristiana la
que defiende lo común, frente al carácter aristocrático de los relatos
homéricos.
Es fundamental la defensa del equilibrio entre los aspectos imaginario, simbólico y real
en la ética. Asumir la fluidez de lo imaginario, de lo sentimental son
necesarias la disciplina y la mediación de lo simbólico y también las
discontinuidades de lo real.
Reivindica el legado aristotélico de defensa de la virtud frente a la
defensa del deber de Kant, exclusivamente centrado en lo simbólico ( el
superyo normativo). El planteamiento de kant separa radicalmente el
conocer y el hacer, lo cual abre el paso al positivismo, que separa
radicalmente los hechos por un lado y los valores por otro. Los primeros
son indiscutibles y los segundos totalmente opinables, ya que no tienen
fundamento.
Esto abre paso al decisionismo, que entiende los actos morales como
algo gratuito, totalmente separado del conocimiento.
Es
mejor entender la virtud como propia del carácter y no exclusivamente
como seguimiento de unas normas internas. Nos conduce a la política, que
es (en esto coincide Eagleton con Žižek) la condición de lo ético y no
al contrario. Es desde la justicia y no desde el amor desde donde
debemos plantearnos las cosas. Hay que combatir las teorías que
pretenden liberar la moral de la política porque no tiene sentido una
ética fuera de la sociedad en la que emerge. Ética y política no son
ámbitos separados sino puntos d vista diferentes de un mismo objeto. La
primera investiga las cualidades, deseos y valores. Las segundas las
convenciones, relaciones de poder, formas de poder, las instituciones.
Es una lastima, de todas maneras, que Eagleton no saque mejor partido de
Michel Foucault, del que trata solamente aspectos muy parciales y poco
aprovechados.
¿
Qué implica la pérdida de cada uno de los tres registros en el ámbito
de la ética ? La pérdida de lo imaginario significaría eliminar el
sentido de pertinencia al grupo, el aspecto emocional, de empatía del
discurso ético. La de lo simbólico implicaría eliminar la ley como
elemento regulador, las normativas que garantizan la universalidad de
los derechos y los deberes. Y la de lo real
significaría eliminar lo más singular y lo que está más allá de lo que
podemos representar o decir, algo irreductible que no podemos eliminar.
En cierta forma podríamos decir que en lo imaginario encontramos lo
particular, en lo simbólico lo universal y en lo real lo singular. Pero aquí quizás me parece mejor el planteamiento de Žižek cuando al reivindicar el texto de Kant ¿Qué es la ilustración ? reivindica lo universal y lo singular contra lo particular. Lo particular es para Žižek el narcicismo de las pequeñas diferencias.
Este narcisismo se basa el la identificación especular, en
identificarnos con una imagen de grupo como reflejo de nosotros mismos.
En este material tan interesante es en el que no entre Eagleton,
desperdiciando así un material muy valioso que nos lega Lacan y que
Žižek recupera.
Cristianismo,
psicoanálisis y socialismo son tres de los términos fuertes con los que
juega Eagleton y que nos da mucho juego para la reflexión
éticopolítica. Eagleton sugiere que tanto el psicoanálisis como el
cristianismo pueden ser ficciones y que si las dos son verídicas el
segundo podría ser la redención necesaria para la concepción trágica de
la primera, dominada por la pulsión de muerte. También el socialismo
puede ser una redención colectiva pero en todo caso se basa en el deseo
de la emancipación humana. Y aunque las condiciones tan difíciles que
vivimos parece que nos impidan salir del posibilismo o el derrotismo
aquí sí que Eagleon reivindica a Lacan : no ceder en el deseo, en este deseo intempestivo de justicia.
Para acabar este artículo solo quiero recomendar como complemento otro libro anterior de Terry Eagleton titulado La idea de cultura. Una mirada sobre los conflictos culturales (
traducido por Ramón José del Castillo y editado también por Paidós).
Aquí el autor nos plantea un concepto democrático de cultura que se
ajusta muy bien al socialismo emancipador que reivindica. Nos alerta
contra culturalistas y biologistas para reivindicar la condición humana
como interacción entre lo biológico y lo cultural. Y nos anima a buscar
lo común no sólo en la racionalidad compartida sino también en lo real,
que es lo que se escapa al discurso y a la representación : el cuerpo
viviente y mortal, sede del placer y del dolor, de la vitalidad y de la
enfermedad. Este límite de las culturas particulares es el que nos
permite entender el fondo común de la experiencia humana. Es desde la
universalidad de lo simbólico y desde esta experiencia común de lo real desde
donde podemos establecer una ética de la solidaridad, como dice el
subtítulo del libro. El título, mal traducido, no son los extranjeros
sino los extranjeros como problema. Éste es el peligro y libros como éste apuntan a un interesante planteamiento desde la izquierda para enfocar una buena solución
No hay comentarios:
Publicar un comentario