miércoles, 10 de marzo de 2021

NARCISISMO Y ESTRUCTURAS CLÍNICAS

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Escrito por Luis Roca Jusmet

 Jacques Lacan plantea que la teoría del yo más fiel con el genio freudiano hay que abordarla desde dos aspectos claves: desde el yo corporal y desde las identificaciones. Esta declaración de principios la enfrenta radicalmente con otra interpretación del psicoanálisis centrada en la psicología del yo, entendido éste como la esfera libre de conflictos, el elemento mediador  que la cura psicoanalítica ha de reforzar. En este sentido un yo fuerte sería la garantía de una buena adaptación y, por tanto de una vida satisfactoria, es decir, sana. Para Lacan, por el contrario, lo que tiene que hacer el yo es abrirse al ello, no intentar dominarlo.  Si rastreamos directamente en Freud comprobamos que su teoría del yo es muy compleja que puede ser interpretada de varias maneras. A partir del “Proyecto para una psicología para neurólogos”, la noción de yo constituye uno de los hilos conductores de su elaboración teórica, que formula básicamente en  “Introducción al narcisismo” y  “El Yo y el Ello”. Pero no hay que olvidar otros escritos interesantes como “Duelo y melancolía”, “Psicología de masas y análisis del yo” y “”La escisión del yo en el proceso defensivo.” En todo caso lo que sí puede afirmarse es que hay una serie de elementos que son indiscutibles en la teoría freudiana del yo (y la diferencia de interpretación está en como se articulan todos estos aspectos): El yo es una instancia psíquica diferenciada del ello y del superyo y es el producto secundario de una acción psíquica específica y no de una derivación biológica espontánea.  El yo tiene una función mediadora  respecto a la prueba de realidad  (a la que nos someten las exigencias del entorno y de los otros) y a las tensiones internas ( derivadas de la presión contradictoria del ello y del superyo). Las identificaciones son un elemento constitutivo del yo y una función reparadora de las pérdidas de aquellos a los que amamos. El yo tiene una función unificadora de los límites corporales (la superficie del cuerpo, la envoltura corporal) y es la proyección del organismo en el psiquismo El yo es objeto de la líbido a través del narcisismo (El mito de Narciso, como sabemos, es el amor a la imagen de sí mismo) que se inscribe por lo tanto directamente en el 
 registro del  imaginario.
 Si vinculamos el yo con el imaginario es básicamente porque funciona a través de las identificaciones, aceptando la definición lacaniana de que una identificación es la transformación de un sujeto a partir de una imagen. En esta línea el yo percibe imágenes que una vez recibidas e inscritas conforman su propia sustancia. Podemos ampliar la definición de identificación a partir de la que aparece en el diciionario de Laplanche :El proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste. La personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones.  Para Freud la identificación es un movimiento de absorción que va hacia el otro  y que puede llevar hasta el límite de querer devorarlo psíquicamenteComo ejemplo podemos recordar cuando en la película El hombre que mató a Jesse James, éste le pregunta a su futuro asesino (que  le admira de una forma absoluta): ¿Quieres ser como yo o quieres ser yo ?  Habitualmente esta identificación se puede realizar de dos formas diferentes: como deseo consciente de ser como el otro o como deseo inconsciente de ser el otro, en el que éste ser puede identificarse con sus rasgos visibles o con algo mucho más increíble e inquietante: su fantasma inconsciente
 La identificación designa entonces en Freud la formación del yo, porque somos la memoria de los seres que hemos perdido y con los que nos hemos  identificado apropiándonos de algún aspecto que les pertenece. Lo que explica por tanto que seamos lo que somos es un precipitado de identificaciones que vamos realizando a lo largo de nuestra existencia, pero cuyas raíces establecemos en la infancia. Freud trata la identificación  a partir de la clínica en un texto relativamente tardío que es “Psicología de masas y análisis del yo”, en cuyo capítulo VII analiza la identificación histérica como una posición femenina de identificación, en la que la que se quiere atraer al Padre  identificándose con un rasgo la Madre o bien identificándose con él. Lo que busca la histérica con esta identificación es o bien ocupar el lugar de la Madre para atraer el Padre o bien ser ella como el Padre. Tenemos así los dos tipos de histeria: en el primer caso una mujer dominada por un síntoma  y en el segundo una mujer masculinizada.  Pero hay que diferenciar claramente esta identificación con la identificación melancólica, que tiene un carácter narcisista porque la carga amorosa del objeto vuelve al yo. En la identificación histérica, en cambio, la carga del objeto se mantiene y por tanto nos identificamos no con el otro sino con algo suyo, por lo que el éste se mantiene independiente de nosotros con una carga amorosa que depositamos en él. En realidad hay en esta identificación algo paradójico, porque conservamos el objeto y por lo tanto nos identificamos con algo de alguien que permanece fuera de nosotros. A partir de estas reflexiones Freud intenta explicar un fenómeno contemporáneo que es el de la psicología  de masas y lo hace a partir del vínculo que une al individuo con la masa a través del Ideal. Lo que hace éste es ocupar simbólicamente el lugar del objeto amado de la masa y así puede unificarla a su alrededor. El líder, al que idealizan como encarnación de este Ideal, ocupa entonces también un lugar paradójico, ya que el individuo que forma parte de esta masa lo considera como al mismo tiempo una parte de sí mismo y por otro lado alguien que está afuera a quién engrandece idealizándolo. Freud pensaba en  el ejemplo de Hitler, cuyo modelo se ha repetido una y otra vez con líderes más contemporáneos como Mao o Milosevic. Este mecanismo es opuesto al del enamoramiento, ya que aquí se empobrece el sujeto en proporción inversa al engrandecimiento del objeto amado. Este último queda idealizado y nunca nos identificamos con él porque se mantiene como objeto independiente al que queremos poseer y que siempre será inalcanzable. 

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