lunes, 27 de enero de 2020

LO QUE QUEDA DEL PADRE

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Reseña
Lo que queda del padre
¿Qué queda del padre?. La paternidad en la época hipermoderno.
Massimo Recalcati
(traducción de Silvia Grases)
Barcelona: Xoroi dicions, 2015
Massimo Recalcati es , además de uno de los más prestigiosos psicoanalistas italianos, un reconocido articulista y personaje mediático en su país. Disponemos de unos cuantos libros traducidos al español, todos ellos muy interesantes, que tratan sobre principalmente sobre dos bloques temáticos muy actuales. Por una parte de lo que llama la Clínica del vacío, que sería una reformulación clínica muy renovadora del malestar contemporáneo. En la etapa de la modernidad correspondiente que vivió Freud dominaba una clínica de la falta, que es la típica de la neurosis. Se basaba en la represión, en el deseo inconsciente, en el retorno reprimido del síntoma y en la división subjetiva. En la sociedad hipermoderna que vivimos aparecen, en cambio, nuevos síntomas (la anorexia-bulimia, las toxicomanías, las adicciones…) que forman parte de una desconexión entre el sujeto y el Otro y que tienen que ver con el rechazo del Orden Simbólico y la desaparición del Ideal.
Lo que acabo de explicar tiene una relación directa con el segundo fenómeno que trata Recalcati, que es el declive del Padre. Fenómeno social que se da en el marco del tardocapitalismo y que coincide con el dominio del consumo de mercancías, químicas y tecnológicas, que se convierten en los objetos inmediatos de goce. Esta reflexión le conduce a Recalcati a un análisis sobre la crisis de la figura paterna en la sociedad en que la vive (que es la italiana, pero que tiene claros elementos comunes con la nuestra y con toda la sociedad occidental). Esto le llevará a la sugerente y a la vez problemática propuesta de lo que llama el complejo de Telémaco como sustitución del complejo de Edipo. “Sustitución” que tiene aquí un doble sentido: por una parte el de relativizar la explicación de la estructuración del sujeto contemporáneo a través del Edipo y, por otra, el de no querer buscar la salida a la caída del Ideal en un retorno nostálgico del Padre como Autoridad simbólica. Recalcati recurre para avanzar en un replanteamiento de la paternidad, a la figura de Telémaco, el hijo de Ulises que espera el retorno del padre. El padre es, por supuesto, necesario, y Recalcati insiste en los estragos que ha producido en la sociedad italiana su desaparición simbólica. Pero la alternativa puede ser una nueva figura del padre, que se presenta como un referente ético que apuntaría solamente a la posibilidad de ser adulto, de alguien que se hace cargo responsable de su vida. Antes de la publicación de El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso dl progenitor, Massimo Recalcati escribe el libro que nos ocupa. Lo escribió el año 2011 y es un texto breve, aunque muy denso, que marca las líneas maestras que le llevan a su propuesta posterior. En este libro lo que quiere dejar muy claro, ya de entrada, es la necesidad de unir el deseo con la ley. La ley fundamental es, como sabemos desde Freud, la prohibición del incesto. Es, como luego profundiza Lacan, la que pone límite al goce mortífero y que abre la experiencia de la falta que posibilitará la aparición del deseo.

miércoles, 22 de enero de 2020

¿ QUÉ ES EL YO PARA EL PSICOANÁLISIS ?


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Escrito por Luis Roca Jusmet

A esta situación se refiere el mito de Narciso. Cierto que está enamorado de su propia belleza., pero el mito seguiría teniendo sentido si amara su propia infelicidad. Se inclina al borde del agua indiferente a la voz que le pide que retroceda; quiere acercarse más y más a la imagen de sí mismo reflejada en la superficie del agua; en el mometo de esta unión consigo mismo, se ahoga. La estructura emocional del mito es que cuando uno no puede distinguir entre el yo y el otro y trata a la realidad como una proyección del yo, se halla en peligro. Este peligro está contenido en la metáfora de la muerte de Narciso: se inclina tan cerca del espejo de las aguas, su sentido del exterior está tan absorbido por los reflejos de sí mismo que el yo desaparece, queda destruido. En la vida ordinaria, tras la caída en el agua, como si dijéramos, el perfil clínico que presenta el paciente es el de sentirse muerto interiormente, sentir que uno no vale nada y ver que en el exterior no hay nada que valga la pena.                       
                                                                                                   Richard Sennett



    Jacques Lacan plantea que la teoría del yo más fiel con el genio freudiano hay que abordarla desde dos aspectos claves: desde el yo corporal y desde las identificaciones. Esta declaración de principios la enfrenta radicalmente con otra interpretación del psicoanálisis centrada en la psicología del yo, entendido éste como la esfera libre de conflictos, el elemento mediador  que la cura psicoanalítica ha de reforzar. En este sentido un yo fuerte sería la garantía de una buena adaptación y, por tanto de una vida satisfactoria, es decir, sana. Para Lacan, por el contrario, lo que tiene que hacer el yo es abrirse al ello, no intentar dominarlo. 
   Si rastreamos directamente en Freud comprobamos que su teoría del yo es muy compleja que puede ser interpretada de varias maneras. A partir del “Proyecto para una psicología para neurólogos”, la noción de yo constituye uno de los hilos conductores de su elaboración teórica, que formula básicamente en  “Introducción al narcisismo” y  “El Yo y el Ello”. Pero no hay que olvidar otros escritos interesantes como “Duelo y melancolía”, “Psicología de masas y análisis del yo” y “”La escisión del yo en el proceso defensivo.” En todo caso lo que sí puede afirmarse es que hay una serie de elementos que son indiscutibles en la teoría freudiana del yo (y la diferencia de interpretación está en como se articulan todos estos aspectos): El yo es una instancia psíquica diferenciada del ello y del superyo y es el producto secundario de una acción psíquica específica y no de una derivación biológica espontánea.  El yo tiene una función mediadora  respecto a la prueba de realidad  (a la que nos someten las exigencias del entorno y de los otros) y a las tensiones internas ( derivadas de la presión contradictoria del ello y del superyo). Las identificaciones son un elemento constitutivo del yo y una función reparadora de las pérdidas de aquellos a los que amamos. El yo tiene una función unificadora de los límites corporales (la superficie del cuerpo, la envoltura corporal) y es la proyección del organismo en el psiquismo El yo es objeto de la líbido a través del narcisismo (El mito de Narciso, como sabemos, es el amor a la imagen de sí mismo) que se inscribe por lo tanto directamente en el 
 registro del  imaginario.
   Si vinculamos el yo con el imaginario es básicamente a través de las identificaciones, aceptando la definición lacaniana de que una identificación es la transformación de un sujeto a partir de una imagen. En esta línea el yo percibe imágenes que una vez recibidas e inscritas conforman su propia sustancia. Podemos ampliarla a partir de la definición de Laplanche y Pontalis en su diccionario de psicoanálisis:
 El proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste. La personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones. 
 Para Freud la identificación es un movimiento de absorción que va hacia el otro  y que puede llevar hasta el límite de querer devorarlo psíquicamente. Como ejemplo podemos recordar como en la película El hombre que mató a Jesse James en la que éste le pregunta a su futuro asesino (que  le admira de una forma absoluta): ¿Quieres ser como yo o quieres ser yo ?  Habitualmente esta identificación se puede realizar de dos formas diferentes: como deseo consciente de ser como el otro o como deseo inconsciente de ser el otro, en el que éste ser puede identificarse con sus rasgos visibles o con algo mucho más increíble e inquietante: su fantasma inconsciente. La identificación no designa entonces en Freud algo tan importante como el amor (en el que nos queremos identificar con aquel a quien amamos) sino la formación del yo, porque somos la memoria de los seres que hemos perdido y con los que nos hemos  identificado apropiándonos de algún aspecto que les pertenece. Lo que explica por tanto que seamos lo que somos es un precipitado de identificaciones que vamos realizando a lo largo de nuestra existencia, pero cuyas raíces establecemos en la infancia. Freud trata la identificación  a partir de la clínica en un texto relativamente tardío que es “Psicología de masas y análisis del yo”, en cuyo capítulo VII analiza la identificación histérica como una posición femenina de identificación, en la que la que se quiere atraer al Padre  identificándose con un rasgo la Madre o bien identificándose con él. Lo que busca la histérica con esta identificación es o bien ocupar el lugar de la Madre para atraer el Padre o bien ser ella como el Padre. Tenemos así los dos tipos de histeria: en el primer caso una mujer dominada por un síntoma  y en el segundo una mujer masculinizada.  Pero hay que diferenciar claramente esta identificación con la identificación melancólica, que tiene un carácter narcisista porque la carga amorosa del objeto vuelve al yo. En la identificación histérica, en cambio, la carga del objeto se mantiene y por tanto nos identificamos no con el otro sino con algo suyo, por lo que el éste se mantiene independiente de nosotros con una carga amorosa que depositamos en él. En realidad hay en esta identificación algo paradójico, porque conservamos el objeto y por lo tanto nos identificamos con algo de alguien que permanece fuera de nosotros. A partir de estas reflexiones Freud intenta explicar un fenómeno contemporáneo que es el de la psicología  de masas y lo hace a partir del vínculo que une al individuo con la masa a través del Ideal. Lo que hace éste es ocupar simbólicamente el lugar del objeto amado de la masa y así puede unificarla a su alrededor. El líder, al que idealizan como encarnación de este Ideal, ocupa entonces también un lugar paradójico, ya que el individuo que forma parte de esta masa lo considera como al mismo tiempo una parte de sí mismo y por otro lado alguien que está afuera a quién engrandece idealizándolo. Freud pensaba en  el ejemplo de Hitler, cuyo modelo se ha repetido una y otra vez con líderes más contemporáneos como Mao o Milosevic. Este mecanismo es opuesto al del enamoramiento, ya que aquí se empobrece el sujeto en proporción inversa al engrandecimiento del objeto amado. Este último queda idealizado y nunca nos identificamos con él porque se mantiene como objeto independiente al que queremos poseer y que siempre será inalcanzable.
 Lacan es el que trabajará más a fondo la cuestión del yo como identificación imaginaria (estrechamente vinculada a la imagen corporal) a partir de su teoría del estadio del espejo. Irá reelaborando esta idea en relación con las modificaciones del concepto de  imaginario que va elaborando a lo largo de su obra. Ya en el año 1936 en su texto “Más allá de la realidad”, escrito el año 1936, planteará la imagen  como la cuestión nuclear de la psicología. Este texto queda recogido en sus Escritos, al igual que “El estadio del espejo como formador del yo” y “La agresividad en psicoanálisis”, todos de los años 40, y donde irá elaborando en profundidad su teoría del estadio del espejo. La clave del planteamiento es que la identificación imaginaria es básicamente una identificación especular. Es el  reconocimiento que hace el niño en el espejo (entre los seis y los dieciocho meses) el que permite dar forma, es decir imagen, a un cuerpo desmembrado. Lacan elabora esta noción a partir de las observaciones del comportamiento de los bebés ante el espejo y de los estudios de etología sobre el mimetismo animal. También serán fundamentales los estudios científicos del biólogo Bolk sobre el carácter prematuro, incompleto, del cachorro humano. Esta condición de desamparo funcional en la que el bebé se encuentra sin recursos frente a la presencia primera del Otro.  Este análisis lo relaciona con los estudios de conducta animal de Lorentz, en que, a partir del experimento de utilizar  estímulos artificiales (señales) éstos funcionan como la impronta  que determinará los ciclos instintivos del animal y posibilita las pautas de acción para moverse en un medio determinado. La imagen funciona, por tanto, como una forma que tiene una pregnancia en la medida en que el animal se reconoce en ella.
 Lacan constata este primer momento constitutivo del yo que es el que se realiza a partir de la identificación del niño con la imagen que capta en el espejo, que en un primer momento confunde con el otro. En un segundo momento ya entiende que es una imagen pero considera que es la del otro. En un tercer momento identifica finalmente la imagen como la suya. Al reconocerse como una unidad encuentra una identificación primordial cuando todavía no ha desarrollado su esquema corporal. El yo como entidad imaginaria, en el caso humano, se constituye a partir de estas imágenes pregnantes, es decir, de estas imágenes en que nos reconocemos porque tienen un sentido ligado al yo, primera expresión del narcisismo. En cierta manera lo que hace Lacan con su teoría del estadio del espejo (que irá madurando a lo largo de su obra) es ir eliminando la diferencia establecida por Freud entre la teoría del yo corporal y la del yo como identificación. La función imaginaria del yo es ambivalente, ya que por una parte es necesaria para la constitución de la imagen unitaria del yo pero por otra se transforma en autoengaño al ocultar su división real.
 En los escritos y seminarios de los años 50 es cuando Lacan señala la presencia fundamental y constituyente del lenguaje en este proceso. Aparece entonces la noción de identificación simbólica, es decir, al papel del Gran Otro en la identificación especular. El niño, nos dirá,  está también ligado a su imagen por nombres y palabras, y más tarde, como ya hemos señalado, por el Ideal del Yo y esta identificación simbólica con el ideal nos permite enraizar una identificación que nos permita un enclave a través del cual salir de la fascinación de las identificaciones imaginarias. En el ámbito del imaginario no hay salida, ya que hay que trascender la agresividad primaria (constitutiva inicial) a partir de lo simbólico, que es la mediación que permite el pacto, la pacificación. Hay que relacionar este trabajo teórico de Lacan, con su noción de cuerpo, que definirá como un organismo más una imagen. El cuerpo humano, que es la imagen que tiene un organismo con conciencia de sí, es una realidad secundaria. Está construida desde nuestro psiquismo y no tiene nunca el carácter innato de una realidad física primaria. Con esta noción de cuerpo Lacan nos plantea como hilo conductor que el organismo vivo, lo viviente, no es nunca suficiente como para constituir un cuerpo, ya que hace falta el registro imaginario. Pero no sólo éste ya que también necesita lo simbólico, puesto que para dar cohesión a una individualidad orgánica se necesita la categoría lingüística de Uno, con lo cual el cuerpo adquiere también tiene una dimensión significante. Y más adelante, cuando domine en la teoría lacaniana lo real sobre lo simbólico y el imaginario  el cuerpo será de un cuerpo de goce, inaccesible a la imagen y a la palabra. 
 Hay que mencionar igualmente, por sus interesantes aportaciones al tema, las reflexiones de otra potente psicoanalista francesa, Francoise Dolto ,contemporánea de Lacan. Sobre todo es fundamental su noción de imagen inconsciente del cuerpo. Parte de una diferencia básica entre el esquema corporal y la imagen del cuerpo. El primero es considerado común a la especie según la matriz de las características temporales y espaciales, ya que es el cuerpo físico, presente en el marco de la experiencia inmediata. Se basa en unas características innatas que se estructuran mediante el aprendizaje y la experiencia. Pero este esquema corporal es portador de una imagen inconsciente del cuerpo, que no es específica sino singular, y que es la síntesis viva de nuestras propias experiencias emocionales, eminentemente inconscientes. Es el soporte del narcisismo y tiene relación con el goce y con el lenguaje, por lo cual entrelaza en su formación el registro imaginario y simbólico.La imagen del cuerpo, al contrario que el esquema corporal, pertenece al orden del deseo y no al de la necesidad. Es también el inconsciente, lugar donde se elabora la experiencia profunda del sujeto. 

    Tiene tres aspectos dinámicos, el primero de los cuales es como imagen de base, que quiere decir como narcisismo primordial que nos da una identidad permanente en nuestro devenir individual. La psicoanalista da a esta noción de narcisismo primordial un sentido positivo, ya que es lo que nos liga a la vida y a la propia auto-aceptación ( lo que hoy se llama la autoestima) El segundo aspecto es el que nos posibilita una imagen funcional, que quiere decir una imagen dinámica en la que se encarna el sujeto del deseo. Nos permite salir del cuerpo biológico para querer vivir y  para ser un cuerpo deseante.El tercero, vinculado al anterior, es la condición para la imagen erógena, donde se focalizan el placer/ displacer erótico en relación con el otro. Si la denomina inconsciente es porque piensa que, paradójicamente esta imagen no es representable, y que es lo que el cuerpo aporta al inconsciente. Los tres aspectos combinados constituyen una especie de  matriz corporal de la subjetividad.
 Hay una polémica muy rica entre Dolto y Lacan sobre el estadio del espejoen la que la primera defiende la existencia de un narcisismo primario positivo, que en cierta forma es el portador de la energía vital con la que nos identificamos. A través del estadio del espejo, la autoimagen se sostiene por la palabra de la Madre, que es la que permite articular positivamente el imaginario y lo simbólico en el niño y Dolto considera siempre que la imagen especular ha de estar ligada necesariamente a la palabra, a lo simbólico, para llegar a buen puerto. Polemiza con Lacan  porque considera que éste tiene una concepción totalmente negativa del imaginario en la medida que lo vincula inevitablemente al quedar atrapado en la rivalidad agresividad y en un callejón sin salida narcisista. Françoise Dolto cuestiona además algunas afirmaciones lacanianas como la afirmación de que la reacción del niño frente a esta imagen especular es de júbilo. Las considera excesivamente especulativas y sin contrastación empírica, Pero en lo que difiere radicalmente de Lacan es en el carácter puramente óptico y visual que da esta experiencia., ya que la psicoanalista  la relaciona con una sensorialidad más amplia y explica de manera concreta como, por ejemplo, los ciegos de nacimiento viven esta identificación imaginaria en una modulación diferente. 
 Gerard Guillerault, que ha trabajado a fondo la relación entre los dos grandes psicoanalistas, nos muestra lúcidamente lo que les une, que finalmente  es que ambos aceptan una falta estructural en el ser humano, es decir, que hay algo incompleto en la imagen que no puede simbolizarse, de lo que no puede hablarse. Quizás no acabemos de entender a que se refiere pero intuimos que hay algo se nos escapa en la imagen de nosotros mismos y que tampoco la palabra puede expresar. Si para Françoise Dolto este enigma nos vincula al elemento más luminoso de la condición humana, para Jacques Lacan lo que expresa es su aspecto más oscuro y tenebroso.
  Los trabajos de Samí-Alí sobre el cuerpo en relación con el imaginario también gran interés. Por una parte insiste en que el cuerpo no se reduce a una realidad física sino que es también una imagen. La demarcación entre lo real y lo imaginario queda diluida a este nivel. Es la imagen del cuerpo proyectada en una superficie, que primero aparece en dos dimensiones (en contra de lo que dice Merleau- Ponty) y que no es aprensible sino a partir de las relaciones identificatorias que marcan las coordenadas espaciales (adentro/ afuera; izquierda/ derecha; arriba/ abajo; adelante/ detrás. Establecidas primero a través de la relación especular las coordenadas espaciales son biniculares, no existe en ellas la profundidad. Ésta sólo se introduce con la superación del estadio oral, que se experimenta como fusión con el cuerpo materno. La entrada en la etapa anal, que transforma el cuerpo en un objeto manipulable, que se puede poseer y dominar, implica entrar en una perspectiva tridimensional. Es el momento en que se configura la objetividad que nos permite acabar de separar el propio cuerpo del de los objetos, lo que supone la aparición de lo simbólico. Sami-Alí considera la percepción del rostro en el espejo como el final de un proceso de proyección cuya finalidad es constituir en su diferencia el rostro del otro, con el que anteriormente se había identificado primero (a través de la madre). Consolidando este proceso se cumple la separación entre el adentro y el afuera, superando la conciencia de esta experiencia como de lo siniestro (ligado a la percepción del otro como doble, en cuanto nos identificamos con él). Para Sami-Alí hay una coincidencia entre el descubrimiento del símbolo como sustitución de la madre (la experiencia que recoge Freud de su nieto y que le da el nombre de fort-da) y el reconocimiento en el espejo. Pero también la imagen del cuerpo se constituye en el tiempo, ya que el tiempo corporal se organiza en función de los intercambios precoces madre/ hijo y la percepción del tiempo objetivo, que corresponde a la fase anal.

domingo, 19 de enero de 2020

SOBRE EL DELIRIO

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 Escrito por Luis Roca Jusmet



Este escrito trata del delirio. Comenzaré por el riguroso estudio que el filósofo italiano Remo Bodei elabora sobre la cuestión,cuestionando radicalmente la tópica polarización convencional entre racionalidad/irracionalidad (delirio, locura). Lo que reivindica Bodei es que detrás de cualquier delirio siempre hay una lógica que tiene como función la reconstrucción de un psiquismo devastado.
Con ello  quiere sustituir el despedazado mundo mental anterior por algo nuevo que tenga una coherencia, aunque sea la del delirio. A medida que éste avanza como un alud psíquico el sujeto se aferra a él como a un clavo ardiendo. En su deriva va aumentando, paradójicamente, la certeza que tiene el sujeto a partir su propia reconstrucción delirante. Esto es lo que le hace atrincherarse cada vez más en su discurso y defenderse desde la falsa evidencia de la certeza absoluta. El delirante puede tener intuiciones muy agudas pero siempre las sobreinterpreta, de forma que la inteligencia, sin desaparecer, se pone al servicio de una lógica interna sin fisuras. La paranoia es el ejemplo paradigmático de este proceso, ya que en ella se quiere mantener la integridad del yo sosteniéndolo con sus identificaciones imaginarias que cierra herméticamente. De esta manera va transformando su angustia en una acusación contra un mundo externo que se presenta amenazador, como un Otro perseguidor. El filósofo italiano analizará otros aspectos específicos del delirio: su carácter metafórico, no reconocido como tal por el sujeto del delirio; la lógica excesivamente simétrica, rígida, donde pueden confundirse registros diferentes, con unos conceptos hiperinclusivos (que incluyen aspectos no convencionales  a los que se llega por una asociación  puramente subjetiva que resulta totalmente arbitraria para los otros.).
 Hay una gran afinidad entre este planteamiento y el del psicoanálisis, en el que en buena parte Remo Bodei se ha inspirado. Freud ya decía que hay en el delirio un núcleo de verdad. y en esta misma línea Lacan lo concibe como una reconstrucción simbólica del psicótico para defenderse de una devastación psíquica total. Lacan, que ya antes de descubrir el psicoanálisis había trabajado desde la psiquiatría el tema de las psicosis, plantea una elaboración teórica muy rica, efectuada desde la clínica, que abarca desde sus primeros estudios sobre la psicosis paranoica hasta sus últimos trabajos sobre Joyce. Sus referencias teóricas son su Seminario III (“Las psicosis”) y el texto “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis” y las dos  tienen como base el análisis freudiano de las Memorias de Scherber. Pero cuestiona que la construcción paranoica sea una defensa contra el deseo homosexual y no de la devastación psíquica a que conduce la psicosis. Lo que Lacan aprovechará de Freud será más la letra pequeña que las conclusiones.  Pero también continuará el proyecto, más o menos explícito en Freud, de explicar la psicosis a través de un mecanismo específico diferente de la represión (que es el propio del neurótico) y del la negación (específico del perverso). El psicótico experimenta fenómenos elementales que podríamos incluir inicialmente en el registro del imaginario (voces y alucinaciones) pero que adquieren sentido a partir  del discurso  que hay detrás,  que pertenece a lo simbólico y  por lo tanto al lenguaje. La estructura clínica psicótica se forma a partir de un mecanismo específico, que es el de la forclusión, que literalmente quiere decir la prescripción de una investidura, lo cual quiere decir que el sujeto queda privado de entrar en el orden simbólico, ya que esta inscripción es producto de la sustitución del significante del Deseo de la Madre por la metáfora paterna del Nombre-del-Padre.
 ¿Que quiere decir Lacan con esta formulación tan críptica para los no iniciados en su vocabulario? Lo que quiere manifestar es que el niño goza del contacto con el Otro Primordial (que puede ser la madre biológica o quién la represente) y que este goce deja una huella  (que es lo que Freud llama la identidad de la percepción, que consiste en alucinar la presencia de la Madre cuando ésta no está presente). El niño está aquí totalmente a merced de la Madre como el Otro Primordial  y es la entrada en el Orden simbólico (el Gran Otro) el que le permite  poner un límite a este goce y salir de él. Esto sólo es posible a través de la represión primordial del significante asociado al recuerdo de este goce con la Madre, que queda  sustituido por otro significante que representa la identificación simbólica con el Padre a través del Ideal del Yo. Este proceso  pone un límite al goce y posibilita la aparición del deseo, pero crea  un sujeto dividido, que es a la vez sujeto del inconsciente y sujeto simbólico. Así, si este proceso no es posible y éste otro simbólico del lenguaje y de la ley que nos separa del Uno primordial del goce no se consolida, entonces éste es  expulsado del psiquismo y aparece como un real insoportable que forma parte de la realidad. Falla la separación del Otro, lo cual tiene como consecuencia una irrupción psicótica que provoca el derrumbe autista (la esquizofrenia) o una reconstrucción simbólico-imaginaria de carácter delirante ( la paranoia) para evitar esta devastación psíquica total . Hay en el paranoico una certeza delirante del yo imaginario, en la que falla la simbolización, en el que no se acepta al Gran Otro pero al mismo tiempo se queda completamente a merced del Otro perseguidor y queda absolutamente  atrapado por su mirada, por su voz. Lo que hace siempre el paranoico es mantener los significantes independientemente de los significados, con lo que lo simbólico y el imaginario quedan totalmente desvinculados.
  Pero el Lacan de los años setenta vuelve sobre el tema y lo hace de una manera inquietante al plantear la locura como algo constitutivo de lo humano. Todos los hombres deliran, llegará a afirmar Lacan en esta época, porque siempre hay un agujero en lo simbólico, ya que falla la simbolización de lo real,  y no solo en los psicóticos. El tema de la locura en Lacan es complejo y para él no sería ni lo mismo la locura que la psicosis ni tampoco un fenómeno específico de ella, ya que puede haber una locura histérica o una psicosis compensada. En el texto más hegeliano de los Escritos de Lacan “Sobre la causalidad psíquica” ( cuya referencia filosófica es La Fenomenología del Espíritu de Hegel) en el que la locura se presenta, por una parte, como inseparable de la subjetividad y del psiquismo, que es un efecto del lenguaje y por lo tanto ligado al ser parlante. La locura tiene también relación con la infautación del yo, con la creencia delirante en el propio yo basada en  la identificación su imagen idealizada. Massimo Recalcati, brillante psicoanalista italiano, traza un lúcido recorrido sobre lo que considera las cuatro tesis de Lacan sobre la locura. En la primera la locura aparece como algo inseparable de la libertad, como el mismo  límite de la libertad (y no como dice la psiquiatría convencional un insulto o una traba para ella). Citemos textualmente a  Lacan:
  Lejos de ella  /la locura/  sea un insulto para la libertad, es su más fiel compañera, sigue su movimiento como una sombra. Y el ser del hombre, no sólo no puede ser comprendido sin la locura, sino ¿qué no sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como el límite de su libertad ? 

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